"EL
NIÑO CERO" -
"Además de cultivar la tierra y la memoria,
es preciso cultivar el vacío:
el prometido hueco de los rostros,
la partición de las metáforas,
los patéticos apelativos de dios,
todo lugar donde cesó de haber algo,
todo lugar donde dejará de haber algo,
los pensamientos que alguna vez se pensaron,
los pensamientos que nunca se pensaron.
es preciso cultivar el vacío:
el prometido hueco de los rostros,
la partición de las metáforas,
los patéticos apelativos de dios,
todo lugar donde cesó de haber algo,
todo lugar donde dejará de haber algo,
los pensamientos que alguna vez se pensaron,
los pensamientos que nunca se pensaron.
Cultivar el vacío con las manos desnudas,
como el labrador más primitivo,
pero además cultivar el vacío con el mismo vacío,
con su inocencia última:
su ignorancia de ser"
como el labrador más primitivo,
pero además cultivar el vacío con el mismo vacío,
con su inocencia última:
su ignorancia de ser"
Roberto Juarroz
Se trata del resumen de un caso de autismo cuyo tratamiento duró 3 años aproximadamente a cargo de Rennier Rios y un comentario anexo de Ernesto Perez
El día que conocí al niño venía aferrado a la pierna de su madre. Le estiro mi mano y le digo hola, pero, el niño no me mira ni me habla, me ignora, no reacciona a mi mirada, ni mi voz. Mi presencia le era absolutamente indiferente. Se veía aturdido, desorientado y molesto. En ningún momento me llega a mirar a los ojos. Cerré la puerta quedándome con él a solas. Esto género que se alterara, gritara y lanzara las sillas al suelo, armo una gran pataleta, golpeó y patio la puerta del consultorio, en ese momento mostraba una expresión facial de horror, se veía aturdido. Me limite a sentarme callado y solo observar su descontrol, y parar las sesiones en el momento que él lograba calmarse. Así transcurrieron varias consultas
Hubo una sesión en particular, en la cual vi a este niño más agitado de lo habitual, pateando la puerta queriendo salir del consultorio, gritando con más fuerza. Ese día, fue él, el que marcó el cierre de la sesión, ya que, luego de unos minutos, se lanza al suelo, y con una expresión de angustia en su rostro grita “MAMA” fue la primera palabra que le escuché y vino acompañada con su mirada (me miró por un breve instante a los ojos en el mismo momento que gritó mamá). En ese momento me paro de la silla y le abro la puerta del consultorio.
En la sesión siguiente, al entrar al consultorio, ya no arrastraba los pupitres de un lado a otro de manera desorganizada, en cambio fue rodando cada silla una a una, las juntó y construyo un círculo con ellas. Yo sólo veía pasivamente como él organizaba las sillas, este ritual lo realizó durante todas las sesiones siguientes, era apremiante para él. Al construir el círculo con las sillas, él podía apaciguar su cuerpo y marcar un tiempo en las sesiones. Luego de varias sesiones, decido rodarme de esa posición pasiva, que me ubicaba en ser sólo espectador, y adoptar una actitud más activa, así que decido ayudarlo a organizar en cada consulta este círculo, en ese momento las sesiones se limitaban a construir juntos este círculo, al construir ese espacio, el niño calmaba su cuerpo, de una u otra forma dejaba de agitarse y su andar no se veía tan desorganizado y errático,
Luego de varios meses de tratamiento decido ir poco a poco introduciendo una diferencia. Así que, trato de introducir un tipo de vínculo más allá de solo acompañarlo a construir un espacio cerrado, entonces, luego de que el círculo está hecho yo arrugo una hoja y la convierto en una pelota de papel, la lanzo por el medio de este círculo, llega a los pies del niño quien está ubicado al otro lado, para mi asombro el agarra la pelota y me la devuelve, en este momento corto la sesión y al salir le digo a la mamá que la próxima consulta me traiga una pelota para jugar con él.
Las sesiones siguientes estaban centradas primero en construir juntos este espacio delimitado y cerrado en forma circular, luego jugar con la pelota a lanzarla dentro y fuera de este círculo, esto permitió emerger la risa del niño por primera vez. En este punto, estábamos en el orden de un intercambio, ya mi presencia para él no era tan indiferente, yo ya simbolizaba para él una presencia diferenciada. Luego de varias sesiones, este juego de lanzar la pelota se estableció a un lado de este círculo, es decir, ya no estaba esta construcción en el medio de nuestro juego, hubo un cierto desplazamiento, una variante, que consistía en poder jugar, pero ahora ya no dentro del círculo sino al lado del mismo. Tratando de favorecer la emergencia del lenguaje, decido emitir un número cada vez que le lanzaba la pelota (ya que, a mis palabras no me respondía) yo decía “uno” y luego que él, me la lanzaba de regreso yo decía “dos” y así hasta llegar hasta 10, luego volvía a comenzar el juego. Varias consultas transcurrieron donde sólo mi voz contaba, 1, 2, 3, 4…
Para mi sorpresa, luego de un tiempo, me empezó a acompañar en ese contar, yo le lanzaba el balón y le decía “uno” y luego él me regresaba la pelota y me decía “cero-uno” después yo le regresaba la pelota y le decía 2 y él hacía lo mismo y decía 02, en eso se basaron las consultas durante algún tiempo. Siempre incluía el 0 antes de cualquier número, incluso cuando contaba hasta el 60, decía 060. Luego de algunas sesiones, dejó de repetir los números y me acompañó en la secuencia, es decir ahora al lanzarle el balón pronunciaba 1 y él me regresaba la pelota y me decía 02. Le recomiendo a la madre que lo incluya en un equipo de futbol. Sin embargo el interés de este niño no estaba en la pelota.
(En este punto del tratamiento opte por hacer una llamada a la maestra del niño y la madre, ambas me comentaron de varias anécdotas donde el interés del niño eran los números y la geometría no el futbol). Ahora en el ambiente escolar y familiar tenían como norte respetar sus tiempos particulares de aprendizaje, fue valorado y aceptado en su saber hacer. Durante las sesiones siguientes este niño seguía construyendo este círculo, este espacio limitado y cerrado que le generaba tranquilidad, luego de construido nos poníamos a jugar con la pelota, llegamos a contar juntos hasta el número 100. Luego fuimos variando la forma de jugar ya que poco a poco en cada sesión, él me traía un juguete nuevo, por ejemplo unos legos, con los cuales construimos juntos grandes torres o figuras geométricas, y así, transcurrieron nuestros encuentros yo respetándolo y aprendiendo de él. Y el enseñándome y dejándome entrar en su mundo.
Poco a poco fui notando que en la medida que pasaban los días y las semanas, el cada vez construía el círculo con menos sillas. Con 5, con 4, hasta que un día sólo colocó una sola silla. También note que en la misma medida, que dejaba su obsesión por construir con las sillas del consultorio el círculo, al contar ya no incluía el cero “0” antes de cada número. Ya no decía 01, 02, 03 ahora él podía decir: 1, 2, 3.
Recuerdo una consulta en particular cuando de manera espontánea me sorprendió, al verlo salir caminando por la puerta dándome la espalda, de pronto se detiene, gira su cuerpo ( cuerpo que ahora camina de manera articulada y no errática) me mira y me dice: chao doctor. Dos palabras, dos significantes, acompañados con su mirada. Al escuchar esas dos palabras que me dirige: chao doctor, yo sonrío, y le respondo chao. Por primera vez le escucho articular dos palabras que generan una frase dicha en un contexto adecuado y dirigidas a mi persona, y acompañadas con su mirada, con todo su cuerpo.
El día que conocí al niño venía aferrado a la pierna de su madre. Le estiro mi mano y le digo hola, pero, el niño no me mira ni me habla, me ignora, no reacciona a mi mirada, ni mi voz. Mi presencia le era absolutamente indiferente. Se veía aturdido, desorientado y molesto. En ningún momento me llega a mirar a los ojos. Cerré la puerta quedándome con él a solas. Esto género que se alterara, gritara y lanzara las sillas al suelo, armo una gran pataleta, golpeó y patio la puerta del consultorio, en ese momento mostraba una expresión facial de horror, se veía aturdido. Me limite a sentarme callado y solo observar su descontrol, y parar las sesiones en el momento que él lograba calmarse. Así transcurrieron varias consultas
Hubo una sesión en particular, en la cual vi a este niño más agitado de lo habitual, pateando la puerta queriendo salir del consultorio, gritando con más fuerza. Ese día, fue él, el que marcó el cierre de la sesión, ya que, luego de unos minutos, se lanza al suelo, y con una expresión de angustia en su rostro grita “MAMA” fue la primera palabra que le escuché y vino acompañada con su mirada (me miró por un breve instante a los ojos en el mismo momento que gritó mamá). En ese momento me paro de la silla y le abro la puerta del consultorio.
En la sesión siguiente, al entrar al consultorio, ya no arrastraba los pupitres de un lado a otro de manera desorganizada, en cambio fue rodando cada silla una a una, las juntó y construyo un círculo con ellas. Yo sólo veía pasivamente como él organizaba las sillas, este ritual lo realizó durante todas las sesiones siguientes, era apremiante para él. Al construir el círculo con las sillas, él podía apaciguar su cuerpo y marcar un tiempo en las sesiones. Luego de varias sesiones, decido rodarme de esa posición pasiva, que me ubicaba en ser sólo espectador, y adoptar una actitud más activa, así que decido ayudarlo a organizar en cada consulta este círculo, en ese momento las sesiones se limitaban a construir juntos este círculo, al construir ese espacio, el niño calmaba su cuerpo, de una u otra forma dejaba de agitarse y su andar no se veía tan desorganizado y errático,
Luego de varios meses de tratamiento decido ir poco a poco introduciendo una diferencia. Así que, trato de introducir un tipo de vínculo más allá de solo acompañarlo a construir un espacio cerrado, entonces, luego de que el círculo está hecho yo arrugo una hoja y la convierto en una pelota de papel, la lanzo por el medio de este círculo, llega a los pies del niño quien está ubicado al otro lado, para mi asombro el agarra la pelota y me la devuelve, en este momento corto la sesión y al salir le digo a la mamá que la próxima consulta me traiga una pelota para jugar con él.
Las sesiones siguientes estaban centradas primero en construir juntos este espacio delimitado y cerrado en forma circular, luego jugar con la pelota a lanzarla dentro y fuera de este círculo, esto permitió emerger la risa del niño por primera vez. En este punto, estábamos en el orden de un intercambio, ya mi presencia para él no era tan indiferente, yo ya simbolizaba para él una presencia diferenciada. Luego de varias sesiones, este juego de lanzar la pelota se estableció a un lado de este círculo, es decir, ya no estaba esta construcción en el medio de nuestro juego, hubo un cierto desplazamiento, una variante, que consistía en poder jugar, pero ahora ya no dentro del círculo sino al lado del mismo. Tratando de favorecer la emergencia del lenguaje, decido emitir un número cada vez que le lanzaba la pelota (ya que, a mis palabras no me respondía) yo decía “uno” y luego que él, me la lanzaba de regreso yo decía “dos” y así hasta llegar hasta 10, luego volvía a comenzar el juego. Varias consultas transcurrieron donde sólo mi voz contaba, 1, 2, 3, 4…
Para mi sorpresa, luego de un tiempo, me empezó a acompañar en ese contar, yo le lanzaba el balón y le decía “uno” y luego él me regresaba la pelota y me decía “cero-uno” después yo le regresaba la pelota y le decía 2 y él hacía lo mismo y decía 02, en eso se basaron las consultas durante algún tiempo. Siempre incluía el 0 antes de cualquier número, incluso cuando contaba hasta el 60, decía 060. Luego de algunas sesiones, dejó de repetir los números y me acompañó en la secuencia, es decir ahora al lanzarle el balón pronunciaba 1 y él me regresaba la pelota y me decía 02. Le recomiendo a la madre que lo incluya en un equipo de futbol. Sin embargo el interés de este niño no estaba en la pelota.
(En este punto del tratamiento opte por hacer una llamada a la maestra del niño y la madre, ambas me comentaron de varias anécdotas donde el interés del niño eran los números y la geometría no el futbol). Ahora en el ambiente escolar y familiar tenían como norte respetar sus tiempos particulares de aprendizaje, fue valorado y aceptado en su saber hacer. Durante las sesiones siguientes este niño seguía construyendo este círculo, este espacio limitado y cerrado que le generaba tranquilidad, luego de construido nos poníamos a jugar con la pelota, llegamos a contar juntos hasta el número 100. Luego fuimos variando la forma de jugar ya que poco a poco en cada sesión, él me traía un juguete nuevo, por ejemplo unos legos, con los cuales construimos juntos grandes torres o figuras geométricas, y así, transcurrieron nuestros encuentros yo respetándolo y aprendiendo de él. Y el enseñándome y dejándome entrar en su mundo.
Poco a poco fui notando que en la medida que pasaban los días y las semanas, el cada vez construía el círculo con menos sillas. Con 5, con 4, hasta que un día sólo colocó una sola silla. También note que en la misma medida, que dejaba su obsesión por construir con las sillas del consultorio el círculo, al contar ya no incluía el cero “0” antes de cada número. Ya no decía 01, 02, 03 ahora él podía decir: 1, 2, 3.
Recuerdo una consulta en particular cuando de manera espontánea me sorprendió, al verlo salir caminando por la puerta dándome la espalda, de pronto se detiene, gira su cuerpo ( cuerpo que ahora camina de manera articulada y no errática) me mira y me dice: chao doctor. Dos palabras, dos significantes, acompañados con su mirada. Al escuchar esas dos palabras que me dirige: chao doctor, yo sonrío, y le respondo chao. Por primera vez le escucho articular dos palabras que generan una frase dicha en un contexto adecuado y dirigidas a mi persona, y acompañadas con su mirada, con todo su cuerpo.
Lic. Rennier Rios
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