Subjetividad de la Época

Subjetividad de la Época
Ernesto Perez

"No hay otro tiempo que el que nos ha tocado"
Serrat
Significantes Amos que nos determinan. Que nos arrastran a una forma de gozar es decir de sufrir.
¿ideologías?: las ideas de la conciencia individual y del imaginario social,
¿los episteme?: conocimientos que los filósofos marcan como el filo de lo discontinuo en un período.
Mentalidades que la historia construye en un momento dado. Aquello que permanece y perdura en un tiempo y que conforman una época, del griego "epéchein": lo que continua, lo que persiste...

Pero " es verdaderamente contemporáneo, aquel que no coincide perfectamente con éste ni se adecua a sus pretensiones y es por ende, en ese sentido, inactual; pero justamente por eso, a partir de ese alejamiento y ese anacronismo, es más capaz que los otros de percibir y aprehender su tiempo”. “Contemporáneo es aquel que mantiene la mirada fija en su tiempo, para percibir no sus luces, sino sus sombras. Todos los tiempos son, para quien experimenta su contemporaneidad, oscuros.” Giogio Agamben

Morir es un arte,
como todo.
Yo lo hago excepcionalmente bien.
Tan bien, que parece un infierno.
Tan bien, que parece de veras.
Supongo que cabría hablar de vocación.
Silvia Plath


jueves, 26 de abril de 2018

¿MASCULINIDADES?

                                         El Hombre: ¿existe?
 
 
Edipo en psicoanálisis, designa un momento privilegiado, una encrucijada con valor estructural, en la que se organizan las respuestas posibles a eso que nos atañe en tanto sujetos sexuados: qué soy, qué es ser una mujer o un hombre, que me quiere el Otro, qué hombres y mujeres amaré, desde qué lugar voy a elaborar mis respuestas ante lo Real (Lacan 1966). Es en esta encrucijada en la que se decide la posición subjetiva de un ser ysus correlatos en términos:

1) De identificación, esto es, de los elementos a partir de los cuales construiré mi imagen y el ideal al que ésta obedecerá;

2) De la especificación del objeto de deseo y de goce, lo que significa que en este momento se decide las características de aquello que suscitará mi deseo; y

3) De la modalidad de goce en la que se inscribirá, o dicho de otra manera, de las formas en que me será posible gozar.

El psicoanálisis considera que la posición que un sujeto ocupe en la sexuación, del lado masculino o femenino, no es correlativa con la clasificación social, hombre o mujer, realizada a partir de las diferencias sexuales anatómicas. Esto quiere decir que alguien clasificado socialmente como hombre puede ubicarse en la sexuación del lado femenino (lo que no lo convierte en homosexual) y viceversa. Aun cuando, tanto lo Real del cuerpo, como el Otro de lo simbólico, intervienen en cada caso.
En esta medida rompe con la idea de que existirían identidades sexuales fijas, así como con el mito de un desarrollo sexual cuyo punto de madurez se encontraría en la genitalidad.
 Finalmente, el psicoanálisis diferencia entre elección de objeto sexual y posición subjetiva sexuada. Esto quiere decir que un hombre teniendo como objeto a una mujer pueda estar al mismo tiempo en una posición subjetiva en la sexuación correspondiente al lado femenino. Que un hombre puede gozar de una mujer como una mujer (Lacan 1975).

En resumen, estamos sosteniendo que para el psicoanálisis no hay una identidad sexual estable, sino que la sexualidad se ordena en una trama compleja de identificaciones, de deseo, de especificación del objeto de deseo y de goce y de la modalidad de goce en la que se inscribirá.
Desde una perspectiva como esta resulta imposible definir lo que es la masculinidad. Tomando un punto de partida sociológico, ciertamente es posible acercarse al catálogo de ideales y prescripciones sociales normativas que se organizan como formas de ordenar, dar sentido e instrumentalizar la diferencia sexual y sus consecuencias. Aunque el psicoanálisis reconoce el peso de estos ideales y prescripciones culturales, está lejos de considerarlos como indicadores últimos del carácter de "lo masculino".

Los atributos que conforman el patrón ideal masculino en una sociedad o cultura, las formas particulares que adquieren las especificaciones en la construcción de la masculinidad, son importantes en cuanto se ofrecen como elementos a la identificación de un individuo. Son como los materiales diversos, a partir de los cuales se constituye esa especie de collage identificatorio que es el yo. Lo anterior, obviamente tiene sus consecuencias:
los ideales culturales se descubren actuando en los ideales del sujeto y son de suma importancia porque pueden estimular ciertos actos, prácticas o sufrimientos, o dicho en otros términos, tener efectos. Esta dimensión de los atributos corresponde al registro imaginario: es aquí donde actúan sentencias como "un hombre debe ser fuerte", "los hombres deben tener muchas mujeres", o "un verdadero hombre debe ser capaz de formar y sostener una familia".

Pero, como se desprende de lo hasta ahora señalado, aun cuando se reconozca el peso del imaginario, no es en esta dimensión atributiva imaginaria, sino en otro lugar en el que el psicoanálisis propone identificar lo que especifica la posición masculina en la sexuación. Es por ello que la transformación de los rasgos ofrecidos a la identificación imaginaria, es decir, en el orden atributivo, no es garantía de la transformación en el orden estructural; aunque estas transformaciones puedan poner en evidencia, en ciertos casos, que algo en esta dimensión estructural varió o está en proceso de hacerlo. Por eso, el que los atributos imaginarios asociados con lo masculino caigan en desuso o cedan su lugar a otros, no pone en cuestión necesariamente la existencia del Hombre, en cuanto definido, como lo hace el psicoanálisis, como una cierta posición de sujeto.

Desde la perspectiva psicoanalítica lacaniana se sostiene, como ya hemos señalado, que La Mujer no existe. Esta afirmación no quiere dar cuenta simplemente de la ausencia de un modelo universal de mujer, sino que, más radicalmente, apunta a que, en cuanto posición Mujer en la sexuación, ella ocupa el lugar de Otra radical. Eso significa que no es Otra en cuanto diferente, en cuanto sus atributos se encuentran en oposición a los atributos de otro masculino, sino en cuanto respecto a este masculino ella encama lo radicalmente Otro, la alteridad. Una mujer no puede estar colocada solamente en esta posición; ella está también sometida al orden simbólico, pero lo está en la forma del NO-TODA.
En esa medida, aunque una mujer esté en el lazo social, y trabaje y participe y se erija como miembro de hecho y derecho de este orden, no toda ella está en él. Es condición de esta posición mujer en la sexuación que no toda ella esté en el orden que nos rige, aunque participe en él.

El que el hombre, TODO él, esté en el orden simbólico implica que es exclusivamente aquí donde se juegan las cosas para él. Pero si consideramos que el estar todo él en el orden fálico se da porque, como señala el   psicoanálisis, se le ofrecieron a la identificación las insignias del Padre, ¿qué podremos esperar de una época en la cual el Padre va perdiendo paulatinamente su lugar? ¿Cuáles serán los nuevos elementos ordenadores? No parecen haber respuestas definitivas para ello. Pero podemos suponer que, aun cuando el Padre pierda su lugar y su poder, es necesario que se siga cumpliendo su función estructural; la que está destinada a separar a la madre y al niño, cortando la relación imaginaria entre ambos y permitiendo así que éste se constituya como sujeto. En otros términos, si el Padre de la familia patriarcal nuclear moderna no es quien en el futuro esté en condiciones de cumplir con la función del Nombre-del-Padre, algo otro accederá a su lugar. Las consecuencias que pueda tener el advenimiento de los nuevos Nombres-del-Padre, no son posibles de predecir. Pero queremos proponer que, sea lo que sea que sostenga el Nombre-del-Padre (la ciencia, la institucionalidad), y tan lejos puedan ir sus consecuencias, lo que se puede esperar es que, para quienes están del lado masculino de la sexuación, aquello que define su posición, su relación con la Ley, no se modifique. Esto es, que la modalidad de relación con el orden simbólico, el TODO él sometido a este orden de la Ley, se mantendrá.

Desde esta perspectiva El Hombre seguirá existiendo. Esto quiere decir que esta posición seguirá siendo una de las posibles que se ofrecen a cada uno y una en el camino de su constitución en tanto sujeto.

Ahora queremos añadir que, aunque podamos esperar transformaciones radicales en el orden simbólico, que de hecho parecen estar dándose, las que pueden conducir a nuevos e inesperados modos de ordenamiento social y cultural y efectos para los sujetos, habrá un lado del mundo que seguirá colocándose en una relación de TODO sometido al orden simbólico, sea cual sea su nueva configuración.
Esta modalidad de relación con la Ley, aunque no nos detendremos especialmente en ello, es solidaria de una cierta modalidad de Goce. De esta manera, a cada posición corresponde una forma de Goce específico. La existencia de estas dos modalidades de goce tiene como consecuencia la inevitabilidad de un desencuentro en lo sexual entre estas dos posiciones; pero al mismo tiempo es expresión y garante de la diferencia, en el modo en el que la concibe el psicoanálisis: en el modo de la alteridad.

Para quienes desde el feminismo o cerca de él están empeñadas y empeñados en pensar una transformación del mundo que termine con la inequidad de género, pero que respete la diferencia, que preserve la dimensión opaca y radical de la alteridad, queda abierto el reto de cómo imaginar un orden simbólico que, para el caso de la posición masculina en la sexuación, evite que una inserción TODA en él sea al mismo tiempo acompañada por la exigencia de identificación con el poder.

Kathia Araujo - Francisca Rogers
Primer Encuentro de Estudios de Masculinidad
FLACSO-Chile

 

 

 

 

 

 

 

 

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