Edipo en psicoanálisis, designa
un momento privilegiado, una encrucijada con valor estructural, en la que se organizan las
respuestas posibles a eso que nos atañe en tanto sujetos sexuados: qué soy, qué es
ser una mujer o un hombre, que me quiere el Otro, qué hombres y mujeres amaré, desde
qué lugar voy a elaborar mis respuestas ante lo Real (Lacan 1966). Es en esta
encrucijada en la que se decide la posición subjetiva de un ser ysus correlatos en términos:
1) De identificación, esto es, de
los elementos a partir de los cuales construiré mi imagen y el ideal al que ésta obedecerá;
2) De la especificación del
objeto de deseo y de goce, lo que significa que en este momento se decide las
características de aquello que suscitará
mi
deseo; y
3) De la modalidad de goce en la
que se inscribirá, o dicho de otra manera, de las formas en que me será posible gozar.
El psicoanálisis considera que la
posición que un sujeto ocupe en la sexuación, del lado masculino o femenino, no es
correlativa con la clasificación social, hombre o mujer, realizada a partir de las
diferencias sexuales anatómicas. Esto quiere decir que alguien clasificado socialmente como hombre puede ubicarse
en la sexuación del lado femenino (lo que no lo convierte en
homosexual) y viceversa. Aun cuando, tanto lo Real del cuerpo, como el Otro de lo simbólico,
intervienen en cada caso.
En esta medida rompe con la idea
de que existirían identidades sexuales fijas, así como con el mito de un desarrollo sexual cuyo punto de
madurez se encontraría en la genitalidad.
Finalmente, el psicoanálisis
diferencia entre elección de objeto sexual y posición subjetiva sexuada. Esto quiere decir que un
hombre teniendo como objeto a una mujer pueda estar al mismo tiempo en una posición
subjetiva en la sexuación correspondiente al lado femenino. Que un hombre puede gozar de una
mujer como una mujer (Lacan 1975).En resumen, estamos sosteniendo que para el psicoanálisis no hay una identidad sexual estable, sino que la sexualidad se ordena en una trama compleja de identificaciones, de deseo, de especificación del objeto de deseo y de goce y de la modalidad de goce en la que se inscribirá.
Desde una perspectiva como esta resulta imposible definir lo que es la masculinidad. Tomando un punto de partida sociológico, ciertamente es posible acercarse al catálogo de ideales y prescripciones sociales normativas que se organizan como formas de ordenar, dar sentido e instrumentalizar la diferencia sexual y sus consecuencias. Aunque el psicoanálisis reconoce el peso de estos ideales y prescripciones culturales, está lejos de considerarlos como indicadores últimos del carácter de "lo masculino".
Los atributos que conforman el patrón ideal masculino en una sociedad o cultura, las formas particulares que adquieren las especificaciones en la construcción de la masculinidad, son importantes en cuanto se ofrecen como elementos a la identificación de un individuo. Son como los materiales diversos, a partir de los cuales se constituye esa especie de collage identificatorio que es el yo. Lo anterior, obviamente tiene sus consecuencias:
los ideales culturales se descubren actuando en los ideales del sujeto y son de suma importancia porque pueden estimular ciertos actos, prácticas o sufrimientos, o dicho en otros términos, tener efectos. Esta dimensión de los atributos corresponde al registro imaginario: es aquí donde actúan sentencias como "un hombre debe ser fuerte", "los hombres deben tener muchas mujeres", o "un verdadero hombre debe ser capaz de formar y sostener una familia".
Pero, como se desprende de lo
hasta ahora señalado, aun cuando se reconozca el peso del imaginario, no es en esta
dimensión atributiva imaginaria, sino en otro lugar en el que el psicoanálisis propone identificar
lo que especifica la posición masculina en la sexuación. Es por ello que la transformación de
los rasgos ofrecidos a la identificación imaginaria, es decir, en el orden atributivo, no
es garantía de la transformación en el orden estructural; aunque estas transformaciones
puedan poner en evidencia, en ciertos casos, que algo en esta dimensión estructural varió o
está en proceso de hacerlo. Por eso, el que los atributos imaginarios asociados con lo masculino caigan
en desuso o cedan su lugar a otros, no pone en cuestión necesariamente la
existencia del Hombre, en cuanto definido, como lo hace el psicoanálisis, como una cierta posición de
sujeto.
Desde la perspectiva
psicoanalítica lacaniana se sostiene, como ya hemos señalado, que La Mujer no existe. Esta afirmación no quiere dar
cuenta simplemente de la ausencia de un modelo universal de mujer,
sino que, más radicalmente, apunta a que, en cuanto posición Mujer en la sexuación, ella ocupa
el lugar de Otra radical. Eso significa que no es Otra en cuanto diferente, en
cuanto sus atributos se encuentran en oposición a los atributos de otro masculino, sino en cuanto
respecto a este masculino ella encama lo radicalmente Otro, la alteridad. Una mujer no puede
estar colocada solamente en esta posición; ella está también sometida al
orden simbólico, pero lo está en la forma del NO-TODA.
En esa medida, aunque una mujer
esté en el lazo social, y trabaje y participe y se erija como miembro de hecho y derecho
de este orden, no toda ella está en él.
Es
condición de esta posición mujer en la
sexuación que no toda ella esté en el orden que nos rige, aunque participe en él.
El que el hombre, TODO él, esté
en el orden simbólico implica que es exclusivamente aquí donde se juegan las cosas para él. Pero si consideramos que el estar todo él en el
orden fálico se da porque, como señala el
psicoanálisis, se le ofrecieron a la identificación las insignias del
Padre, ¿qué podremos esperar de una época en la cual el Padre va perdiendo
paulatinamente su lugar? ¿Cuáles serán los nuevos
elementos ordenadores? No parecen haber respuestas definitivas para ello. Pero podemos suponer
que, aun cuando el Padre pierda su lugar y su poder, es necesario que se siga
cumpliendo su función estructural; la que está destinada a separar a la madre y al niño, cortando la
relación imaginaria entre ambos y permitiendo así que éste se constituya como
sujeto. En otros términos, si el Padre de la familia patriarcal nuclear moderna no es quien en el
futuro esté en condiciones de cumplir con la función del Nombre-del-Padre, algo otro
accederá a su lugar. Las consecuencias que pueda tener el advenimiento de los nuevos
Nombres-del-Padre, no son posibles de predecir. Pero queremos proponer que, sea lo que
sea que sostenga el Nombre-del-Padre (la ciencia, la institucionalidad), y tan lejos
puedan ir sus consecuencias, lo que se puede esperar es que, para quienes están del lado
masculino de la sexuación,
aquello
que define su posición, su relación con la Ley, no se
modifique. Esto es, que la modalidad de relación con el orden simbólico, el TODO él sometido a este orden
de la Ley, se mantendrá.
Desde esta perspectiva El Hombre
seguirá existiendo. Esto quiere decir que esta posición seguirá siendo una de las
posibles que se ofrecen a cada uno y una en el camino de su constitución en tanto sujeto.
Ahora queremos añadir que, aunque
podamos esperar transformaciones radicales en el orden simbólico, que de hecho parecen estar
dándose, las que pueden conducir a nuevos e inesperados modos de ordenamiento social y
cultural y efectos para los sujetos, habrá un lado del mundo que seguirá colocándose en
una relación de TODO sometido al orden simbólico, sea cual sea su nueva configuración.
Esta modalidad de relación con la
Ley, aunque no nos detendremos especialmente en ello, es solidaria de una cierta
modalidad de Goce. De esta manera, a cada posición corresponde una forma de Goce específico. La
existencia de estas dos modalidades de goce tiene como consecuencia la
inevitabilidad de un desencuentro en lo sexual entre estas dos posiciones; pero al mismo tiempo
es expresión y garante de la diferencia, en el modo en el que la concibe el psicoanálisis: en el modo de la
alteridad.
Para quienes desde el feminismo o
cerca de él están empeñadas y
empeñados
en pensar una transformación del mundo que
termine con la inequidad de género, pero que respete la diferencia, que preserve la
dimensión opaca y radical de la
alteridad, queda abierto el reto de cómo imaginar un orden
simbólico que, para el caso de la posición masculina en la sexuación, evite que una
inserción TODA en él sea al mismo tiempo acompañada por la exigencia de identificación con el
poder.
Kathia Araujo -
Francisca Rogers
Primer Encuentro de Estudios de MasculinidadFLACSO-Chile