En su adolescencia Freud inventó un dispositivo de diálogo extraído de una de las novelas de Cervantes. Fue un diálogo secreto con un amigo para aprender el idioma castellano. Diálogo de perros donde él tomaba la posición de escucha y que nos remite a las filosofías cínicas. Se llamaban así ( kínicos) ya que sus comportamientos se asemejaban al de los perros, dialogo mordaz, que destrozaban la conciencia del interlocutor.
Sigmund Freud mantuvo una estrecha relación durante su adolescencia con un compañero de colegio, rumano nacido en Jassy, educado en una familia judía ortodoxa, llamado Eduard Silberstein (1856-1925) . La relación entre ambos fue cercana, al punto de que decidieron aprender español de forma autodidacta, para lo cual fundaron una especie de sociedad literaria secreta, a la que llamaron «Academia Castellana» (A.C.) o, en otras ocasiones, «Academia Española» (A.E.), integrada en todo momento únicamente por sus dos miembros fundadores . El acta fundacional de la A.E., así como sus estatutos, debieron existir realmente, pues a menudo durante la correspondencia de estos años tanto Freud como Silberstein aluden a tales documentos, pero es muy probable que quedasen en poder del primero, quien los destruiría, pues no nos han llegado. Sea como fuere, la colección epistolar de que se componen las Cartas de juventud está compuesta por 75 misivas, incluyendo postales y mensajes cortos redactadas por Freud, de las que 22 están escritas totalmente en castellano y 13 solo de forma
parcial.
Sigmund Freud mantuvo una estrecha relación durante su adolescencia con un compañero de colegio, rumano nacido en Jassy, educado en una familia judía ortodoxa, llamado Eduard Silberstein (1856-1925) . La relación entre ambos fue cercana, al punto de que decidieron aprender español de forma autodidacta, para lo cual fundaron una especie de sociedad literaria secreta, a la que llamaron «Academia Castellana» (A.C.) o, en otras ocasiones, «Academia Española» (A.E.), integrada en todo momento únicamente por sus dos miembros fundadores . El acta fundacional de la A.E., así como sus estatutos, debieron existir realmente, pues a menudo durante la correspondencia de estos años tanto Freud como Silberstein aluden a tales documentos, pero es muy probable que quedasen en poder del primero, quien los destruiría, pues no nos han llegado. Sea como fuere, la colección epistolar de que se componen las Cartas de juventud está compuesta por 75 misivas, incluyendo postales y mensajes cortos redactadas por Freud, de las que 22 están escritas totalmente en castellano y 13 solo de forma
parcial.
En las Obras Completas de López Ballesteros Freud después dirá que aprendió el castellano solo para leer el Quijote de Cervantes
Una de la Novelas Ejemplares (1613) de Cervantes, El coloquio de los perros, debió de impresionar especialmente a los dos integrantes de la Academia, puesto que adoptaron como pseudónimo o nombre en clave el de sus protagonistas, los dos perros que conversaban tumbados en el recinto del hospital de Valladolid. Así, Freud pasó a ser Cipión, y Silberstein Berganza
En tal sentido y tiempo después, el 7 de febrero de 1884, Freud escribió a Martha Bernays:
"Hoy ha venido a verme otra vez Silberstein, me tiene el mismo afecto que antes. Fuimos amigos en una época en que no se entiende la amistad como un deporte o una ventaja, sino en que se necesita al amigo para vivir con él. Estudiamos juntos el español, tuvimos una mitología propia y nombres secretos que habíamos tomado de un diálogo del gran Cervantes. En nuestro libro español de lecturas encontramos una vez un diálogo filosofico-humorístico entre dos perros, que están sentados contemplativos delante de la puerta de un hospital, y nos apropiamos sus nombres, tanto en el trato escrito como en el oral".
En este sentido Freud adolecente como Cipión creado por Cervantes ejercía como de terapeuta, oyendo las historias que narra el perro Berganza –a modo de catarsis– en relación con sus vivencias, experimentadas con sus numerosos amos, a modo de penitente producto de una «sociedad enferma»
Ernesto Perez
http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/esp/cervan/el_coloquio_de_los_perros.htm
CIPIÓN.- Ése es el error que tuvo el que dijo que no era torpedad ni vicio nombrar las cosas por sus propios nombres, como si no fuese mejor, ya que sea forzoso nombrarlas, decirlas por circunloquios y rodeos que templen la asquerosidad que causa el oírlas por sus mismos nombres. Las honestas palabras dan indicio de la honestidad del que las pronuncia o las escribe.
Una de la Novelas Ejemplares (1613) de Cervantes, El coloquio de los perros, debió de impresionar especialmente a los dos integrantes de la Academia, puesto que adoptaron como pseudónimo o nombre en clave el de sus protagonistas, los dos perros que conversaban tumbados en el recinto del hospital de Valladolid. Así, Freud pasó a ser Cipión, y Silberstein Berganza
En tal sentido y tiempo después, el 7 de febrero de 1884, Freud escribió a Martha Bernays:
"Hoy ha venido a verme otra vez Silberstein, me tiene el mismo afecto que antes. Fuimos amigos en una época en que no se entiende la amistad como un deporte o una ventaja, sino en que se necesita al amigo para vivir con él. Estudiamos juntos el español, tuvimos una mitología propia y nombres secretos que habíamos tomado de un diálogo del gran Cervantes. En nuestro libro español de lecturas encontramos una vez un diálogo filosofico-humorístico entre dos perros, que están sentados contemplativos delante de la puerta de un hospital, y nos apropiamos sus nombres, tanto en el trato escrito como en el oral".
En este sentido Freud adolecente como Cipión creado por Cervantes ejercía como de terapeuta, oyendo las historias que narra el perro Berganza –a modo de catarsis– en relación con sus vivencias, experimentadas con sus numerosos amos, a modo de penitente producto de una «sociedad enferma»
Ernesto Perez
http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/esp/cervan/el_coloquio_de_los_perros.htm
CIPIÓN.- Ése es el error que tuvo el que dijo que no era torpedad ni vicio nombrar las cosas por sus propios nombres, como si no fuese mejor, ya que sea forzoso nombrarlas, decirlas por circunloquios y rodeos que templen la asquerosidad que causa el oírlas por sus mismos nombres. Las honestas palabras dan indicio de la honestidad del que las pronuncia o las escribe.